© Derechos Reservados de Autor
Lo primero que pensamos al analizar nuestro extraño viaje fué en el encantamiento que se producía en el Pollo de Oro, por los tiempos en que el viento era parte del paisaje del joropo en la voz criolla de Teresita Pulgarín y en la voz romántica de Jimmy Ron con sus pasajes torrealberos. Nuestras sospechas eran fundadas porque un viernes, de aquellos en que se quiere parrandear, en el momento de solicitar una mesa para mis dos jóvenes amigos y yo, observamos que a poca distancia se hallaban departiendo tres hermosas damas. Como es natural en estos casos, nos sentamos en disposición de tirar corriente con la mejor postura, mostrando el perfil favorito, camino expedito a la conquista, a un polvito extraviado, quien quita que se aparezca la Virgen, o por lo menos miraditas, cogiditas de mano. Si hay besito, ya está listo el plato.
Así, les hechamos los perros, con todo el repertorio posible. A mí, me gustó una morena con cipote trenza, tetoncita, delgada pero maciza. Julio Daniel dijo que él prefería la pelirroja que estaba buenísima. Henry se quedó con la mejor, que tenía unas patazas tremendas y un tracero como para remallar costales. El despliegue de plumas fué amplio pero no logramos que pararan bolas. Incluso se fué hasta su mesa para invitarlas a la nuestra pero, nanai cucas. Entontes no hubo más remedio que colocar la doble transmisión: el poema. Eso si no podía fallar. Es más, jamás había fallado. Julio Daniel tiró la primera al puro pecho. Era una poesía que les daba bienvenida al llano y hablaba de navegar en las piernas de su hembra.
Esperé los efectos espernancadores de los versos y, nada. Yo les remití como diez y ni una miradita. Empecé a sospechar de nuestra fealdad porque hay días en que uno está feo, pero nó, no era esa la razón. La miadita que me pegué me sirvió para mirarme al espejo, peinarme y limpiarme el sudor. Mis amigos sin ser adonis, no eran esperpentos. De pronto se marcharon y jamás supimos nada. Al preguntarle al mesero sobre semejantes hembras él nos dijo que esa mesa permanecía vacía porque en ella murió hacía poco una bella mujer morena y de trenza. Alguien le metió un puñal en el abdomen y falleció, ahí mismito. Esa noche nadie estuvo allí. Poco después cerraron el establecimiento porque a unos guates les molesté el joropo. Yo entrevisté por esos días al Pollo de Oro, que me conto sus cuitas.
Por eso cuando nos hicieron ir hasta Paratebueno creímos que eran los sueños joroperos del Pollo de Oro. Esa vez, de nuevo en ese sitio y otro viernes, estábamos con el entonces flaco Salcedo y con el primo Julito cuando llegaron tres damas y esas si llegaron a nuestra mesa porque una era amiga del flaco.
En ese tiempo me había interesado en el conocimiento de la historia de las huestes de Guadalupe en la rebelión liberal llanera, en sus hazañas y en el infeliz término del proceso. Un lugar que se convirtió en baluarte de la guerrilla por esa zona del Upía, Medina, Paratebueno y de ahí en adelante por Casanare hasta Arauca en zona del Piedemonte. La familia Parra y en particular Alvaro Parra habla liderado la resistencia y tenía la plena confianza del comandante en jefe. El viejo Nacianceno León me comentó esa semanaque en Cumaral y en Paratebueno residían dos de los hermanos Parra. Nacianceno fué uno de los liberales que sufrió los rigores de la cárcel y fué subalterno de Alvaro. Los Parra entonces eran manjares de investigación. Esa fué la trampa del destino porque las chicas de un momento a otro resultaron familiares de los Parra y justo en esa noche iban para Paratebueno que celebraba sus fiestas patronales. Existía una motivación intelectual la cual se sumaba a la exquisita invitación que nos hacían para deleitar conocidos placeres que se vuelven mejores cuando de aventurar se trata. "No hay como estrenar culito!" se decía por esos tiempos.
Casi eran las dos de la madrugada, el aguardiente calentaba motores y el entrepiernaje por debajo de la mesa funcionaba, primero con choque de rodillas, luego rodilla adentro. Ese pasaje es sabrosísimo y lleno de expectativa. Si no funciona, se jode todo. —Vamos ya papitos y allá en Paratebueno nos desquitamos, gritaron en coro con esas bocas llenas de lascívidad.
— Vamos, exclamamos ansiosos.
Y nos fuimos en la camioneta. Adelante iba yo con mí gordita que me apercollé desde el principio. Atrás cuatro personas que trenzaban en un duelo de caricias y jadeos. En Cumaral ya el sueño me vencía y estaba mamao de manejar con esa vieja encima. Soñaba con pasarme atrás y olvidarme del timón. Una de ellas tocó el tema de los cadáveres que aparecían cuando se trató de pavimentar la vía de penetración que avanzaba hacia Casanare. Por ese tiempo de los años 50’s la estrategia de la insurgencia bloqueaba el arreglo de la vía para preservar su enclave y esa prevención se mantuvo durante mucho tiempo hasta que surgió el proyecto de la Marginal de la Selva en 1.988 y se empezó a construir. Dicen que se terminará en 1.992.
Julio manejaba en la empolvada carretera llena de baches con una sola mano; mientras tanto, en medio de la lucha por bajar calzones, nos abrumaba un tremendo sueño, superiora poner el clavo donde el instinto mandaba.
La madrugada estaba próxima y casi llegábamos a Paratebueno De pronto vimos que a Julio lo besaba una calavera pero él parecía un robot conduciendo a paso lento. Cerré los ojos pensando en que a esas horas ya era muy cansón el forcejeo sin coronación, sumado a la somnolencia que achacaba a la hora. Cuando miré de reojo alcancé a ver el fémur que el flaco acariciaba y carecí de valor para mirar la mano que se deslizaba dentro de mis calzoncillos pero que estaba helada. Creí que hasta esa noche llegarían mis genitales. Quizá soñé que me los arrancaban de un jalón terrible.
Quedé mudo y me privé. Pude ver que Julio detenía el vehículo y el flaco se estiraba. Estábamos en Paratebueno. Pasarían tres horas cuando despertamos. Ya eran las ocho y sentíamos tremenda sed. Entramos a una tienda grande que estaba al frente y cada uno se tomó tres vasos de leche helada, delicioso manjar.
El señor de la miscelánea se nos presentó...
— Soy Enrique Parra, para servirlos a Ustedes. Bienvenidos a este pueblo llanero de Cundinamarca.
— Enrique Parra, de los hermanos Parra? interrogamos en coro.
— Si; por qué?
— Perdón nos sentamos! ya le contaremos! La increíble historia que no comentamos al despertar, era imposible de creer. Además nuestro aspecto daba pena. Cada quién pensaba que fué un sueño. Pero por qué estábamos allá? Si Señor allá en Paratebueno. Obnubilado recordé mi sueño —el de esa noche— en el que yo era un caballero templario y en el ritual ceremonial había que besarle el culo a 50 iniciados que naturalmente no se bañaban y los calzoncillos se los quitaban con agua caliente. Tuve náuseas. Desfiló por mi mente Paracelso acompañado por Nostradamus que llevaban un pergamino con los secretos del más allá.
El frío de los huesos agarrando mis güevas, todavía lo tenía entre el alma.
Don Enrique se sonrió observando tal vez la tremenda jala y el horrible guayabo que aparentábamos.
— Hace un mes celebramos las patronales con mariachis, corrida de toros, cabalgata y juegos pirotécnicos. Vinieron lindas chicas y Don Hernán Braidy presidió las ferias.
Luego de un tiempo prudencial como de una hora le contamos a Don Enrique nuestro sueño y él entonces se puso severo, pálido, y pidió una botella de sello negro y dijo...
— Yo invito muchachos. Ustedes están vivos de puras vainas! Y del pipí como andan?
— Como así? Yo pensé en esa mano fría que me acarició y me toqué. Estaba completo!
— Si. Hace poco más de 40 años hubo muchos muertos en esta carretera. Una vez asesinaron a unas putas que venían para las ferias y su agonía fué de varios meses, porque primero las hicieron parar a cuanto viajero pasaba para asaltarlo y después sirvieron de catre a más de 8.000 hombres que las fuerzas de defensa apostaron en la vía para controlar la insurgencia. Sus ánimas en pena suelen apostarse en los bebederos de Villavicencio o de Cumaral e invitar a la gente a las fiestas de Paratebueno. En el camino, luego de acariciarlos, les arrancan las güevas y el pájaro. Las víctimas se desangran o quedan locas y con una tronera muy berrionda. Ustedes se salvaron porque querían conocer la historia de los hermanos Parra, y las putas de ese tiempo eran liberales. Si Ustedes solo vinieran atraídos por las ganas de culiar, ahora les estuviéramos mirando el hueco.
Muchas de las mujeres que nos visitaban servían de correo hasta que un policía encontró un documento entre un sostén. Por esos días las pobres putas pagaron pato, concluyó el Señor Parra.
El regreso fué demasiado lento aunque íbamos como el alma que lleva el diablo y como perro apaliado, con el rabo entre las piernas.
Pascual me había advertido en una de sus narraciones que en la vía a Paratebueno asustaban y que tuviera cuidado en aceptar invitaciones de mujeres bonitas para ir a las fiestas de Paratebueno. Pascual me cuida porque es buen amigo y no desea que me vaya lejos cuando me tomo unos traguitos, había pensado. De ahora en adelante le haré caso. Pero una noche le recordé...
— Pascual, por qué es peligroso viajar de noche a Paratebueno y con viejitas?
— Veo, Doctor que a Usted no le gustan sus güevas! contestó burlándose.
— No siga Pascual. Mire que ese, es el único cuento que me las enfría. Claro que me gustan, y el pájaro, me ha salido muy bueno!