Tuve la suerte de alojarme en una de estas antiguas casonas, en la de don José María Bautista (Q.E.D.), Santandereano radicado en San Martín desde su juventud, hombre humilde, respetable y reconocido personaje del pueblo a quien todos se dirigían a él como el señor Bautista. El señor Bautista era el suegro de Carlos Oswaldo, mi asistente de producción, que conoce el pueblo y me asistía haciendo la avanzada, indagando lugares, contactos y posibles fuentes en estas labores del periodismo investigativo.
En nuestra bitácora teníamos registrados algunos lugares y nombres, entre ellos Antonio Disington, que fue un notable empresario y visionario noruego, que llegó a Colombia a finales de la década de 1930, creó algunas empresas en el Valle del Cauca y luego viajó a los llanos estableciéndose en San Martín de los Llanos, desde donde impulsó la agroindustria; construyendo un molino arrocero, fomentando y propagando el cultivo el cultivo del cereal en la región. Además, se hizo a dos grandes hatos ganaderos, Candilejas ubicado en la misma región del río Ariari, y la Hacienda Cantaclaro ubicada a las afueras de San Martín. El propósito empresarial de Don Antonio Disington, era exportar carne en canal hacia Europa por vía aérea desde San Martín.
Carlos Oswaldo mi asistente de producción, ya me había informado que su suegro, el señor Bautista, sabía donde se encontraba ubicada la antigua casona de la Hacienda Cantaclaro, donde residió Don Antonio Disington en San Martín de los Llanos. Con Don Bautista conversamos, me confirmó la información y convenimos al otro día ir temprano en la mañana a visitar la casa de la Hacienda Cantaclaro.
En este oficio de ser periodista, documentalista en campo, se goza del privilegio de vivir experiencias enriquecedoras como las de descubrir lugares de interés, conocer personas con sus historias y también implica correr aventuras con sus respectivos riesgos.
Al otro día temprano en la mañana, equipos al hombro y nos pusimos en marcha con el señor Bautista y nuestro destino no quedaba muy lejos. Caminamos por una vía a las afueras del pueblo y llegamos a una cerca alambrada, cruzamos por esta y nos adentramos en un potrero. Caminamos algunos 50 metros y allá por encima de unos arbustos se divisaba un gran tejado oxidado de zinc. A lo lejos detrás de los arbustos se escuchó un ladrido y a este primer ladrido se le sumó otro y otro más, y no quise contar más, y eran gruesos aquellos ladridos que determinaron en mi imaginario el tamaño del can y sus fauces, y cada segundo que pasaba, se escuchaba más cerca lo que sería una jauría frenética que venía hacia nosotros, detrás de aquellos arbustos y que al parecer no los habían alimentado en días.
Les confieso que me inquieté y mi asistente igual, y vimos frente a nosotros que entre los arbustos fueron saliendo uno a uno a nuestro encuentro, 5 perros de buen tamaño, criollos multi-crucetos con cola de mico; pero de inmediato y gracias a Dios, atrás de la perramenta criolla, salió el encargado, un hombre de mediana estatura en pantaloneta y sin camisa que le hacia gritos a los canes para se calmaran:- !… Chiiiteeee…! ¡ Chiiiteeee…!. Una vez le bajaron al alboroto, el encargado nos hizo la seña de que siguiéramos. Continuamos nuestra marcha y los perros entre uno que otro ladrido, nos olfateaban mientras continuábamos avanzando.
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Ala derecha de la Casona.
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Pero después del molesto alboroto de los perros que por un momento nos inquietó, pasamos al contemplamiento de otra época. Cruzando los arbustos, ya vi de frente la casa de la Hacienda Cantaclaro, cuyo nombre me hizo recordar la obra literaria de Rómulo Gallegos “Cantaclaro”, novela inspirada en los llanos venezolanos, de donde San Martín de los Llanos tomó mucho de su influencia cultural a través de los vaqueros venezolanos y araucanos que venían tripulando los viajes de ganadería de Arauca a Villavicencio y a San Martín de los Llanos.
La casona maltrecha por el paso del tiempo y el olvido, sobresalía de entre un enmalezado césped y algunas plantas abandonadas a su suerte taponaron la entrada principal y evidenciaban que allí alguna vez hubo un jardín.
En el ala izquierda de la fachada, el muro había caído hace mucho tiempo; Contemplé la desoladora vista de la centenaria casona de gruesas paredes levantadas en ladrillo de adobe, que clamaba por restauración, y a pesar de ello, la deteriorada pieza histórica patrimonial, no dejó de transmitirme esa conexión con el pasado, con su diseño arquitectónico y su aire clásico, narraba algo de su época de oro en un lejano pasado.
Les comento que me hizo recordar la casa de la hacienda el Paraíso en el Valle del Cauca, conocida mundialmente por ser el escenario de la novela cumbre del romanticismo latinoamericano: María, obra maestra del escritor colombiano Jorge Isaac; salvo que allá en el Valle del Cauca, si valoran y salvaguardan el patrimonio cultural y arquitectónico.
Según lo indagado en San Martín de los Llanos, la casa de la hacienda Cantaclaro, ya había sido construida varias décadas atrás, mucho antes que Don Antonio Disington adquiriera la hacienda en la década de 1940 y se instalara allí.
Debo aclarar que para las personas que no tienen sensibilidad o algún conocimiento mínimo sobre patrimonio arquitectónico, histórico y cultural, esta pieza no deja de ser mas que una casa vieja en ruinas, sin ningún valor y valdría más si se demoliera y se construyera en su lugar una casa moderna con piscina y jacuzzi, y esa pues es la visión de los que no tienen conocimiento, arraigo y sentido de pertenencia.
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Con el Señor Bautista observando el Piano. |
Entramos por una puerta de madera de doble hoja en el costado derecho, que nos llevó por un angosto pasillo y luego nos conectó a un corredor más amplio que correspondía a la entrada principal. De inmediato estaba el acceso a tres amplias habitaciones que se conectaban entre sí y dejaban intuir que fué el área social. Allí en un rincón cubierto de polvo, yacía un viejo y desvencijado piano, evidenciaba que las personas que habitaron la casona en sus mejores tiempos, gozaron de las tertulias amenizadas por las melodías que interpretaron con el muy antiguo instrumento. El encargado del cuido de la casona solo nos seguía en silencio durante el recorrido y apenas pudimos indagarle que los dueños de esta propiedad herederos de Don Antonio Disington, vivían por allá en Caldas y nunca se asomaban por allí.
En la segunda habitación
o salón contiguo vimos una robusta mesa de madera qué según el señor Bautista,
fué la que pidieron prestada para llevarla a la plaza
principal del pueblo, y
sobre esta mesa, se firmó la paz entre el gobierno y los guerrilleros liberales
por allá en 1953. En la tercera habitación contigua sobresalía en un rincón una
reliquia de mueble en madera, un bifé, sin duda una obra maestra finamente tallada
a mano y mi intuición me dice que esta pieza venía viajando en el tiempo desde
el siglo XIX.
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Bifé en madera tallada.
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A lo largo del pasillo y el corredor principal otras habitaciones con piso de madera ocupadas por el olvido, la soledad y ese olor a moho del inexorable paso del tiempo. En la parte posterior de la casona el ala de la cocina bastante deteriorada.
En el piso de una amplia habitación, seguramente una de las principales, que daba contra la fachada, y cuyo muro había caído hace mucho tiempo, noté una excavación amplia y profunda, como si hubieran estado buscando alguna guaca. En los alrededores de la casona también noté otras excavaciones que tampoco se tomaron la molestia de volver a tapar y la maleza empezaba a cubrirlas; guaqueros con anuencia o no, dejaron su huella. El cuidador de la casa nos dijo que el predio estuvo solo por un tiempo y que cuando él llegó ya estaban las excavaciones.
Cuando finalizamos la visita a la casa de la Hacienda Cantaclaro y nos alejamos, eché una última mirada atrás para contemplar por ultima vez el paisaje de esta casona y por un instante me la imaginé en sus mejores épocas custodiada por un bello jardín, la auténtica y original casa de los patrones, de esas casonas que veíamos en las películas de época del cine clásico.
También reflexioné sobre las piezas de museo que allí quedaron, las muchas pistas y evidencias que permanecieron por tantos años en la casona y que en manos de expertos y una minuciosa y rigurosa investigación del inmueble, hubiera podido concluir felizmente con la declaratoria de sitio de interés, patrimonio cultural y centro histórico de San Martín de los Llanos.
Lo cierto es que ha transcurrido algo más de una década desde que visité la Casa de La Hacienda Cantaclaro, culminé la producción del documental
“Relatos de San Martín” el cual ganó un reconocimiento, pero lo importante creo, fue que quedaron evidenciados algunos personajes e historias del antiguo pueblo, además de la puesta en conocimiento ante la opinión pública, de la existencia de la casona, pieza patrimonial arquitectónica en San Martín de los Llanos, que quedaba allí esperando ser rescatada y salvaguardada.
Hace algunos días, revisando mis archivos encontré estas fotografías que les comparto en esta publicación, y me inquieté por saber de la suerte de la Casa de la Hacienda Cantaclaro; Carlos Oswaldo mi asistente de producción se encontraba en San Martín, lo llamé y le pedí el favor me indagara por la suerte de la casona y él se desplazó al lugar y me envió esta fotografía, un lote enrrastrojado, pensé que se trataba de una broma o de un error en el envío de la fotografía, le llamé nuevamente y me confirmó que definitivamente ese es el lugar correcto y que la Casa de la Hacienda Cantaclaro había desaparecido y no quedó ni rastro de este patrimonio histórico cultural, quizá debajo del rastrojo pudiese encontrar algún despojo de lo que alguna vez fueron sus cimientos.
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Lugar donde estaba ubicada la casona
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De inmediato me puse a la labor de investigar y para no alargar la historia de esta pérdida patrimonial concluyo resumidamente; La casa se vendió por parte de los herederos a un tercero quien no reside en la región y por su falta de arraigo, sentido de pertenencia y desconocimiento, contrata un cuidandero para el lugar, solo para evitar que le invadan el predio, y este custodio de la propiedad fallece a los pocos años y lo releva un hijo quien en medio de la ignorancia y la codicia hace de las suyas y termina con la existencia de la Casa de la Hacienda Cantaclaro.